jueves, 12 de noviembre de 2015

Apis Cultus





El pequeño insecto se posó sobre sus nudillos. Levantó la mano con ligereza para situarlo frente a sus ojos y observarlo mejor.
-¿Sabías que en inglés abeja se pronuncia igual que el verbo ser o estar?
El sujeto en el suelo no respondió.
- En este caso "biii". Ahora ¿Porqué? No lo sé. Es lo que pretendemos averiguar ahora ¿No?
El apicultor dejó a la pequeña junto a sus hermanas, su comunidad. Un enjambre de por lo menos cuatrocientos insectos llenos de vida. Había aprendido a entenderlas, a contemplar sus danzas y a leer sus símbolos. Sí, estos pequeños animalitos podían representar un lenguaje alegórico a través de sus frágiles movimientos. Maravilloso sin más.
El sujeto atado desde el suelo fue el espectador de una lección de simbolismo animal.
El apicultor giró sus manos en torno a la colmena dando ligeros soplos que sacudían los pelillos de los insectos. Estos parecían comprender el mensaje y comenzaron a emitir un extraño zumbido oscuro y profundo.Era el mensaje supremo del odio. El mismo que las hacía clavar sus afiladas agujetas en la carne, hasta dar su propia vida al servicio eterno del dolor.
Esta vez la víctima más apetecible era el sujeto en el suelo.
- Haz la pregunta. ¿Porqué?
El sujeto no supo qué decir. No habló.
- El alma. La abeja es tu alma. Abeja es "Bee", y "To Be" es ser o estar, representa tu alma, tu existencia y tu "ser". Tu cuerpo es la colmena. Esto dice una leyenda: "Día tras día la abeja hace un viaje simbólico en búsqueda de su sustento. Para esto deja la colmena y se aventura a la vida, la vida real. Cada nueva flor es vida nueva para el insecto, pero tiene que sacrificar, cruzar el río". Hombre: Abandona la colmena.
El sujeto lo miró aterrado. Sabía adónde pretendía llegar. Cierta vez tuvo la oportunidad de visitar, en algunas ya lejanas vacaciones, el antiguo Egipto y aprendió los significados del traje del faraón. Bit se le llamaba a la abeja. El faraón viajaba al inframundo en un sarcófago de características apiformes. Dejaba su cuerpo, se elevaba con su alma...
- Las abejas saben del odio - Continuó hablando el apicultor - Necesitan herir cada cierto tiempo. Es necesario para su especie. Un culto antiguo que sintetiza lo simbólico con lo real. Ellas te elijen y te dan libertad para que escojas tu propia flor y fecundes el néctar de tu alma. Son pocos los elegidos para hacer de su carne el símbolo de esta ancestral necesidad cósmica...

El apicultor comenzó a producir un escalofriante sonido, una cruza entre llanto de bebé y el motor de algún vehículo oxidado. En su garganta nacían los agudos y en las profundidades de su boca las vibraciones de motor.

Las abejas se alteraron.

El sujeto en el suelo pudo divisar a través de los pálidos rayos de sol que iluminaban la pieza y comenzaban a colorear la colmena, como los pelillos de las abejas se erectaban, desafiantes y nerviosos, haciendo un guiño a la ya cercana muerte.

Luego, una gran masa de insectos voladores salía de su tibio hogar para consumar el sacrificio ritual y entregar sus vidas e intestinos prolapsados en honor de la sangrienta madre naturaleza.

La víctima se preparó para sufrir. Sabía que cada centímetro de su piel sería penetrado por cientos de afiladas y venenosas agujetas ciegas de ira y que el dolor por recibir sería inconmensurable. El apicultor sabía preparar bien a su rebaño y sabía hacerlas entrar en calor.

Al cabo de unos pocos minutos el alma de la víctima viajaba al reencuentro con su inhumana madre, al lugar donde siempre estuvo pero que jamás, hasta ahora, pudo ver.

Las sobras de aquello, ese cuerpo irritado e hinchado en el suelo, fueron recogidas por el apicultor y sepultadas bien a resguardo bajo unos bloques rocosos de una verde colina cercana.

- No es tan malo morir - se decía a sí mismo mientras cavaba la disimulada sepultura - !Gracias madre!