martes, 19 de julio de 2016

Vamachara: La Mano Izquierda.: Estrella.

Vamachara: La Mano Izquierda.: Estrella.: Destellos del alma, Lunares, astrales, luces seminales, Pregunta vetusta y arcana, Ecos de un no presente escondido, Por tus luce...

jueves, 16 de junio de 2016

El Nahual.





Les puedo asegurar que este mundo esta repleto de entes extraños,
Sutiles reflejos casi imperceptibles que nos hablan de la magia,
Ocultos en un lugar que si está, pero no está,
Los creo ver, cuando no creo en el mundo,
Cuando me enajeno y siento la caricia,
Olvídate y hazte sombra, disfruta de este gran obsequio,
Porque aquí no hay nada,
Nada,
Nada,
Nada,
Escapa por esa puerta, entra por el miedo,
Vive el miedo, respira el miedo,
Pues dentro de él hay criaturas mágicas y hechizadas,
Sólo inserto en la oscuridad del temblor serás digno de conocer a aquellos que tejen tu mundo,
Y que escondes tras tus escalofríos.


El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia dios, el dios se llama Abraxas."

Demian, Hermann Hesse.

jueves, 2 de junio de 2016

Estrella.






Destellos del alma,
Lunares, astrales, luces seminales,
Pregunta vetusta y arcana,
Ecos de un no presente escondido,
Por tus luces ha caído lo conocido,
Y lo por conocer,
Si te miro te disuelves circular,
En un ligero rasguño visual,
Eres más lista que mis ojos,
No te puedo cazar,
No me cabe duda de tu vida,
Y de tu organismo cristalino,
Pequeña mirada,
Luz tímida y espía,
Acertijo mezquino generador,
Bandera blanca,
Tregua del firmamento culposo de su larga oscuridad,
¿Cuál es tu verdad?
La que tú quieras,

Sólo levanta de vez en cuando la cabeza.

Un Nuevo Dios.





¡Venid y contemplad!¡Ha nacido un nuevo dios!¡Una nueva grandilocuencia con el epíteto de antidios!¡Sólo él tiene las respuestas, sólo él sabe la verdad!¡Él ES la realidad!..
Lo hemos creado ha imagen y semejanza tuya. Él te estudia, te desmembra, te conoce. Entiende tus procesos, los aísla, los calcula, los cuadra dentro de un modelo perfectamente diseñado.
Él crea tu realidad, la cuantifica y le otorga leyes universales e indiscutibles. ¡Quién podrá contra él!¡Quién desafiará su exactitud matemática!
Estamos educando generaciones bajo su alero. Nadie discute sus verdades, porque son verdades comprobables, no "sugestiones".
¡Todo lo que existe es materia señores, es lo que ahora veis!¡No hay espíritu! Entended: eso que crees que es conciencia es sólo una ilusión, una patética ilusión, sólo un residuo de vuestro juego.
Bienvenida seas Scientia, señora de las verdades.

martes, 3 de mayo de 2016

La Espada de Satán II (La Guerra).
















Los pelos se erizan de miedo recordando el estruendo de la batalla. Pero ¿quién es tan tonto para acampar en el infierno? Sólo una burbuja de lo que es la vida revolotea por las arenas con un fusil desgastado en la mano.

¿Porqué te aferras a la vida, soldado de los ricos?

Tengo miedo de morir.
Pero si ya estás muerto.
No como los que yacen en suelo.
También en el suelo te veo a ti.
El viento seca la boca, ya árida de tanto odiar y la piel toma el color de las arenas y la vida se escuece con el calor y el cuerpo se desgrana en millones de partículas: un desierto. Nada.
Nuestra bandera sigue en pie.
Pero sus hijos están en el suelo, ¿qué madre deja morir a sus hijos hechos arena?
El honor, la gloria. Eso no tiene precio.
¿Cuántos quintales de salitre vales? ¿Cuánto pesa la mierda en tu culo?
La burbuja autómata sigue caminando hacia ninguna parte. El fusil ya le cuelga y lo agarra con una mano arrastrando la culata que choca contra cuerpos en el suelo. Partes duras y partes blandas. Cartílagos y dentaduras desarmadas. Los pies le pesan y dan la impresión de quedarse pegados por la sangre que se comienza a secar. Lo llama.
Ganamos la batalla. Estoy orgulloso.
¿Lo estas?
No. Quiero irme a casa.
Ándate.
Pero no puede porque esta atrapado en el sopor del desierto, entre restos de cuerpos humeantes, entre la pólvora y el olvido. Ahí estaban sus amigos y enemigos, pero ahora son nada. Es que nunca fueron nada. Nunca hubo diferencia entre el uno y el otro.
Pero ellos descuartizaron a un batallón completo.
Y de que sirvió. Ahora son todos iguales.
Había que tomar represalias.
Mira esto. Son sólo excusas baratas. !Mira esto hombre! 
Los ojos de la burbuja con fusil se llenaron de agua.
Luego, se fue...
La espada dice: sólo los tontos mueren en la guerra.

viernes, 29 de abril de 2016

Sincronía.

       




 Cuenta una antigua historia que el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge tuvo un sueño y que sobre él construyó un poema que constaba de unos trecientos versos. El poema trataba sobre una paradisíaca ciudad llamada Xanadu,  lugar de veraneo del emperador mongol Kublai Khan. El escrito fue hecho en un estado de semitrance opiáceo, luego de haber leído casualmente un pasaje de la historia en el que se relataba la construcción de dicha ciudad.

        El poema en su nacimiento jamás tuvo tanto éxito, salvo veinte años después, tiempo en el que salieron a la luz unos antiguos documentos que afirmaban que también el Gran Khan había visto en  sueños aquella ciudad, que luego mandó a construir a imagen y semejanza de sus visiones: Xanadu.

        Uno cogió el sueño y lo hizo piedra y mármol. El otro lo hizo verso.

        Una misma ciudad, un mismo sueño: aproximadamente cinco siglos de diferencia.

        Otro caso: Jung estaba en entrevista con un paciente, un caso de estudio, que le relataba haber tenido sueños recurrentes con un escarabajo de oro. Mientras el paciente describía su experiencia onírica, un insecto, lo más parecido a un escarabajo, chocó contra el vidrio y entró en la sala, frente a la mirada estupefacta del psicólogo. El escarabajo es sinónimo de una nueva vida, del renacer. Dicen que este acontecimiento fue el que gatilló la separación de Jung con la psicología freudiana.

        Así como la construcción de pirámides se dio en lugares tan distantes del globo terrestre o la idea de un dios creador apareció entre culturas tan disímiles entre sí, también la figuración de demonios o de dragones son comunes a la especie humana en general.

        Pareciese como si una única voz o un genio omnipresente  viajase a través de los eones sin significar tiempo y espacio nada para él. Hablo de aquel “unus mundus” de Wolfgang Pauli, la mente única a donde todo va y de donde todo viene, el código binario de la humanidad, la fuente vital desde donde todo brota, el arquetipo platónico, el Tao, la Mente Universal, el Ser... Dios.

        Ya decían las antiguas creencias herméticas: “el universo es una construcción mental”.



De Las Ratas.



        Cierta noche tuve un inquietante y sudoroso sueño que quedó girando en mi cabeza, inconcluso,  hasta que días después, lamentablemente, logré darle sentido:

        Venía cansado desde mi trabajo, caminando hacia casa por el pasaje que a esas altas horas de la noche estaba desierto. El ambiente era húmedo y pegajoso, de frio incómodo. Sólo rondaba en mi cabeza la idea fija de recogerme en la cama sin saber de nada ni de nadie hasta el día siguiente.

        Miraba hacia abajo, protegiendo mis vías respiratorias con mi felpuda bufanda roja, cuando desde las esqueléticas hojas negras pegadas al piso y la mierda humeante de los perros, mis ojos fueron enfocados hacia mi hogar.

        La puerta estaba abierta hasta atrás. Había sido forzada. Un halo de frío y abandono emanaban desde su interior. ¡Mierda! -pensé- ¡se metieron a robar! En ese segundo, algo cogió mi cabeza con violencia y la obligó a mirar hacia el tacho de basura que estaba al costado de la casa, lleno y hediondo.

        En lugar de cruzar el umbral de la puerta, por alguna voluntad ajena, fui conducido hacia el tacho, en el que introduje profundamente mi brazo, abriéndome camino entre jugos vinagres y resbalosos, para extraer desde el fondo un reluciente y filoso cuchillo con un firme mango de madera de roble.

        Luego, aferrado a mi nueva arma, entré a casa, y con un valor desconocido en mi, prendí las luces y comencé la búsqueda de los ladrones. Estaba claro con lo que haría. Sabía con antelación el desenlace de esta escena. Al fin y al cabo estaba dentro de mi sueño.

        Justo detrás de las cortinas de la biblioteca, noté un bulto que no encajaba en el lugar. No cabía duda. El destino ya había hablado. Cogí con mis dos manos el cuchillo y lo comencé a traspasar a través de la cortina que se empezó a teñir con manchas negras. Pude sentir el calor y el tirón que da la carne cuando se raja. Nunca gritó, nunca le vi el rostro o el cuerpo. Era el delincuente, el ladrón.

        Desperté sobresaltado a medianoche con las espesas gotas de sangre que salpicaron mi cara en mi mundo de violencia onírica, tomé un vaso de agua y seguí durmiendo.

         Los recuerdos del sueño se disolvieron con el paso de los días, hasta desaparecer por completo. Sólo volvieron a mí bajo el horror de cierta noche en que no fue precisamente el sueño el que volvió...

        Dormía plácidamente, un par de semanas después de aquella pesadilla, cuando desperté asustado por ruidos que escuché desde el suelo de mi cuarto, arañazos, rapaduras, sonidos que ya conocía. ¡Una rata! La muy maldita estaba dándose un banquete saboreando el plato con restos de comida que había dejado en el piso al costado de mi cama. Sin duda que en aquella oscuridad no tendría chance para cazarla, de modo que me moví lo más lento que pude hacia el interruptor de la lámpara.

        Prendí la luz y la rata al instante hizo un ruido y desapareció. Aproveché el momento para ir en busca de algo para cazarla. Un trozo de madera astillado fue lo más próximo que pude encontrar. La rata se había escondido y ya no hacía ruido, pero yo ya lo sabía. Sabía dónde se ocultaba.

        En ese trance seminconsciente posterior al despertar, no dudé en coger el palo con ambas manos y comenzar a golpearlo contra la cortina de la ventana que rozaba el suelo. Y la maté con el palo. No comprendo cómo no intentó escapar pues para una rata, con la ventaja en rapidez que nos llevan, hubiese sido demasiado simple. Pero no. La rata decidió morir tras mi cortina esa medianoche.

        Limpié a medias el sitio y volví a dormir un poco inquieto, pero sin sueños.

        A las siete de la mañana sonó el despertador, y reventó en mi cara la imagen de la cortina manchada en sangre. Manchas negras.

        Me transporté a mi sueño y recordé al ladrón. Ratas, ladrón: la analogía me enseñaba dos figuras tan distantes, pero tan iguales entre sí. Dos visitantes oscuros, ocultos e indeseados.

        El momento de ambos asesinatos fue el mismo. De eso no hay duda.

        Un pliegue invisible a los ojos, pero real y manifiesto, unió ambos espacio-tiempo para darles sentido en una sola unidad.



De la Noche.




        Creo que me estoy volviendo loco con esto de que las cosas se repiten.

        Después de la muerte de la rata-ladrón, me han ocurrido muchas coincidencias que no sé a qué atribuir. Es más, cada momento de mi existencia tiene una correlación inmediata con otro u otros sucesos. A veces son cosas pequeñas, casi imperceptibles, si no me hubiese abocado a pensar y a darle importancia al tema.

        Ayer, luego de dar la cátedra, me vi por un momento solo en la sala del profesorado revisando mis notas. La pequeña televisión que tiene la sala, que en contadas ocasiones se enciende, enseñaba un extraño documental sobre supuestos humano-extraterrestres que tenían  los ojos muy oscuros, demasiado oscuros, más negros que la noche misma, y mostraron unas imágenes aterradoras de estos humanoides. El tema no captó mi interés mas de lo normal.

        Camino a casa, ese mismo día, manejaba despreocupado cuando una imagen llamó mi atención por el retrovisor. Un vehículo pequeño, color azul y bien desteñido, venia sin sus focos delanteros puestos. Dos agujeros negros se asomaban en la cara del auto a modo de ojos. De inmediato recordé el tema de los seres con los ojos negros. El tema ciertamente me causó un poco de gracia, pero el símbolo, de horror por cierto, de un rostro y sus ojos negros, sólo el símbolo, se sostuvo en mi mente y me dejó con una extraña inquietud después de la risa.

        Más tarde, aquel mismo viernes, me senté a leer unos informes en mi silla mecedora favorita y tomé el cojín para ubicarlo mejor en mi espalda. De pronto presté atención a las imágenes antiguas de Paris dibujadas en él. Entre el gentío que disfrutaba de la panorámica de la Torre Eiffel del siglo XIX, había un singular personaje pequeño como todos los del cuadro, pero sus ojos no estaban. En su sitio habían dos profundos agujeros negros. Lancé un pequeño grito cuando lo ví y lancé lejos de mí el cojín. ¡Qué hacía singular hijo de puta allí! ¡Sin ojos y con dos hoyos en su lugar! El tema francamente ya me estaba cansando.

        Lamentablemente el tema no termina aquí. Ese mismo día, tenia una invitación a cenar con unos colegas bastante cercanos que eran pareja y hace un mes habían sido padres. Ellos, como cualquiera en su situación estaban demasiado orgullosos y querían hacerme partícipes de su felicidad mostrándome a su bebé.

        No fue menor mi impresión cuando descubrieron al pequeño ser de entre sus mantas rosadas, para mostrarme lo bella que se veía durmiendo y vi sus ojos entreabiertos. No sé si fue mi paranoia o qué. Esas pupilas cubrían el globo ocular más de lo normal. (Dos ojos negros, negros como la noche). Sonreí para disimular mi turbación y en cuanto pude me largué del lugar.

        Creerán que estoy loco, pero si buscas, lo encuentras...




Del Viento y del Mar.




        Otra noche tuve otro inquietante sueño: Estaba dentro de una especie de casa-castillo construido en piedra. No podría decir que época era, pero al parecer eran tiempos antiguos, no sé si por la forma del pequeño castillo o por la sensación de estar vistiendo esos trajes grandes e incómodos de aristócrata inglés.

        Me encontraba solo, y miraba hacia el exterior por un amplio ventanal desde los pisos superiores del lugar. Fuera se hacía gris, demasiado gris, el color de mi sueño era gris. Todo era gris. La casa estaba cálida, pero en el exterior hacia frío y el imponente viento del sur hacia inclinarse los árboles a su paso  pidiendo perdón por algo. Sentí la imperiosa necesidad de correr, salir fuera y tocar al viento.

        La fuerza de aquella tormenta era avasalladora y sólo lograba sostenerme en pie afirmándome de las columnas exteriores que soportaban la antigua estructura pétrea. Tras la casa descubrí que había un mar furioso, blanco en espumas, negro en movimientos, gris en su fondo. Inquieto, por algo más que el vendaval, con vida propia, descarriado y desafiante.

        Su ira reventaba contra el roquerío que sostenía la casa en su parte posterior. Fui a contemplarlo más de cerca deslizándome con cuidado por entre las musgosas piedras. El viento allí era aún más fuerte, sin embargo divisé a una bandada de gaviotas que volaban  apaciblemente, como si el odio oceánico no las afectase. Quise volar junto a ellas, pero el sueño no me lo permitió. Una de ellas me lo aclaró: "Huye de aquí hombre osado, porque abajo es el lugar donde se forman las ideas, el sitio donde nadie debe estar. Tú sólo debes mirar los símbolos"

        Miré fijamente el flujo de aguas, sus corrientes contrapuestas y sus millones de pequeñas cascadas que se arremolinaban en torrentes que se hundían en las profundidades para volver a nacer eternamente, escupiendo brisa salada que el viento se encargaba de llevar lejos.

        Me retiré del lugar dando tropiezos entre las resbalosas rocas. Llegué al pórtico de la casa castillo, pero el viento me impedía avanzar, enfrentándome con las hojas secas de los viejos robles del jardín, que tomaban vuelo propio y se estrellaban con furia en mi cara. Algunas de ellas se adherían a mi rostro y no me dejaban ver, otras causaban dolor y otras de alguna forma se metían en mi ropa como sanguijuelas hambrientas de sangre.

        Hasta aquí llega lo que recuerdo del sueño porque lo otro ocurrió en este mundo.

        El despertar de aquella mañana de Domingo fue un poco confuso y está demás decirlo, misterioso.

        Mañana de verano, tipo once AM. Había dormido con las ventanas abiertas y las cortinas ondeaban con el viento. Las imágenes del sueño se vinieron de inmediato a mi mente. Esto no tenia nada de anormal, salvo por un detalle. Tres hojas de un árbol seco y un poco húmedas descansaban en el suelo a los pies de las cortinas, arrojadas por el viento.

        Tres amarillentas hojas secas de roble...

        ¡Robles no había por alrededor! ¿Secas y mojadas por algo?

        Demasiado confuso, demasiado increíble. A veces las noticias de este mundo son peores que las de nuestros sueños.

        A pesar del calor, un frio recorría mi espalda, un frio que me recordó a la casa castillo ubicada sobre el roquerio azotado por ese mar vivo.

        ¿Es que acaso podemos traer cosas desde nuestros mundos oníricos? Al entender que el universo pertenece menos al mundo material que al mental, ¿Todo lo que ocurre en nuestros sueños es en alguna medida real? … Tan real o tan ilusorio como lo que contemplamos cotidianamente al despertar y vivir.

        Respecto a las hojas... Simplemente las cogí y las bote al tacho de la basura.

        Exacto. Al mismo tacho del sueño de la rata-ladrón. El tacho desde donde cogí el cuchillo para matarlo.

        Es más, ahora lo veo. El mango del cuchillo era de madera, no sé de qué árbol... ¡Ironías de la vida! ¡Tiene que haber sido de roble por su color pardo! ¡Por algo lo sabía con antelación! ¡Por algo mi mirada fue enfocada hacia el tacho en aquel sueño!

La madera del roble fue la conexión entre ambos sueños, fue el símbolo.

Ahora ¿de qué?



De la Muerte.




        Llegaba en la noche bastante tarde a casa. Nuevamente estaba la puerta de entrada abierta, “otra vez el ladrón” pensé. Me agité más de lo común, no quería pasar de nuevo por lo mismo, no quería matar a nadie. Así que no busqué nada en la basura y simplemente crucé el umbral de la puerta, sin arma alguna.

        Pero en el lugar en donde debía estar el comedor de mi casa, estaba lo otro. La casa-castillo y su vendaval de antiguas hojas de roble que desfilaron y me azotaron el rostro. A duras penas logré penetrar al castillo que estaba cálido y junto a mí entraron también tres hojas secas de roble que frente a mis ojos se transformaron en un cuchillo de mango firme y anillado.

        Desde fuera,  volando sobre el inquieto mar, me habló la gaviota: ¡Hombre osado, te lo advertí! ¿Es que no comprendiste los símbolos? Hoy debes enterrar ese cuchillo, dentro de una vida.

          -¡No me importa que me roben! ¡No quiero volver a matar! ¡No quiero este cuchillo!

          -El cuchillo ya lo tienes. Es un símbolo – respondió suavemente el pájaro.

          -¡No lo tengo! ¡Mira! - y arrojé el cuchillo sobre el cristal del ventanal desde donde hablaba la gaviota. El más frio de los vientos entró por el vidrio roto y comenzó a sacudir toda la casa.

          -¡Hombre necio has roto el cristal! ¿Entiendes el símbolo? Antes de romperlo podría haberte dado las claves. Ahora, ¿de que te sirven?

          -¡Dámelas gaviota sabia!- le imploré temblando.

           Mientras la gaviota comenzaba a hablar, una multitud de ratas con ojos negros  como la noche se comenzó a colar desde fuera por el hueco en el cristal. Eran cientos de colas serpenteantes que se acercaban directo hacia mí, amenazantes y asesinas.

         Sin saber de qué manera, mi puño apretó el mango de roble del cuchillo que apareció de nuevo en mi mano. Ahora si tenía ganas de matar.

        Mientras la gaviota seguía su discurso, sordo:

        “Ojos negros, augurio de un espíritu maligno”.

        “Las ratas, son el ladrón, la perdida de algo importante, el engaño”.

        “La tormenta, es tu propia tormenta”.

        “Las hojas secas, un mal presagio”

        “El cuchillo es el llamado para que atiendas los símbolos”.

        “La casa... La casa eres tú”.

       Alguien encontró un cadáver, si es que así se puede llamar a eso, en una casa, con las puertas abiertas de par en par, con un cuchillo en la mano. Al parecer se había autoinflingido cortes por todo el cuerpo.

        Los restos estaban siendo devorados por las ratas, sus miembros, sus dedos, incluso sus ojos ya no estaban. En su lugar sólo habían dos agujeros.

        Dos agujeros negros, más negros que la noche.

sábado, 16 de abril de 2016

La Espada de Satán I (El Mendigo)





- Al viejo lo caché macheteando en la esquina donde está el Bellas Artes. Me cayó mal altiro. No quise darle plata. Que se muera.

- El huevón pedía como si uno tuviera la obligación de darle. Era feo.

- Tenia el cuerpo rígido y sus manos caían rectas a los lados como pistolas. Se veía agresivo. Vi algo raro en su rostro que no me gustó. No le di plata por lo mismo. Esa agresión en su mirada.

- No iba mal vestido: una camisa a rayas celestes y unos jeans que no se veían gastados. Care raja, pensé. Este huevón tiene plata. Aparte camina lo mas bien. Que trabaje.

- No tenía monedas.

- El viejo pasaba entremedio de los autos con los brazos rectos. Daba lata bajar el vidrio para darle algo si el ni siquiera se dignaba a estirar la mano para pedir. No, chao.

- Siempre lo veía pidiendo entre los autos, pero nadie le daba. Caía mal. Estaba todas las mañanas entre las nueve y las una, pero le iba mal. En la tarde no sé dónde se metía. Viejo flojo.


Él sabia que nadie le daría plata, pedía para que no le dieran, se notaba, pero esa mañana yo cambié su destino. Le entregué docientos pesos que los recibió con una mano firme, seca y limpia. No me dio las gracias, no dijo nada. Sólo me miró con ojos penetrantes y díscolos, juzgándome. Me hizo sentir culpable, no se porqué:
  -  ¿Porqué me das estas monedas?
  -  Puta. No tenía más. Es lo que hay...- le contesté.
  - No las necesito.
 Me dio risa y pena. Pobre viejo loco. Hubiese seguido hablando con él, pero el semáforo marcó verde y tuve que partir. Le dejé las monedas.
Había comenzado a trabajar en el centro hace algunas semanas y comencé a tomar este camino a diario. Al viejo lo veía a menudo, con la misma actitud gueona de todos los días. Nadie le daba. El viejo era pesado, pero aun así a mi me simpatizaba y cuando podía lo ayudaba.
El  siempre preguntaba lo mismo, yo ya no le respondía. No lo pescaba. Solo me reía y luego aceleraba para irme.
Hasta que una noche, tarde, lo mande a la cresta con el auto.
Había estado bebiendo hasta tarde en la casa de una mina. Había pasado de todo así que venía en las nubes, enamorado, y pasé por la esquina como a las cinco de la mañana supongo. El viejo nunca estaba a esa hora, pero esa noche sí. Como si me esperase.
Apareció de pronto de entre unos matorrales de ligustrinas que adornaban los costados de la avenida con cara de espanto. Con las manos en alto pidiendo que me detuviera. Yo iba borracho, como a ochenta, y mi respuesta fue muy tardía.
Saltó a la mierda.
Se pegó un vuelo como de veinte metros y chocó contra un poste de luz. Vi su cara llena de sangre y su cuerpo quebrado como el de un muñeco. Me miró desde la oscuridad. Pude oler su dolor y sus dientes quebrados. Tenía el hocico como un hoyo rojo.
Nunca podré olvidar el ruido del golpe. Un choque sordo, sin eco, sin futuro. Un solo ruido. Insignificante. ¿Que más podría merecer un viejo loco? ¿Qué querías? ¿Alguna parafernalia? ¿Aplausos de despedida? No conchetumadre. Un solo golpe. Un solo aplauso. Seco. Nada mas.
Dentro de mi mareo hasta disfruté del poder de mandar a alguien tan lejos. Sentí la fragilidad del viejo, toda su humanidad e imperfección. Toda una vida en un solo segundo. ¿Vale algo la pena después de esto?
Y arranqué...
Lo dejé babeando en esa poza negra que seguía creciendo. ¡Tanta es la sangre que tenemos dentro! No me bajé del auto. Lo miré por la ventanilla mientras sufría en el pavimento. Aceleré y me fui.
Atrás quedó su vida ahogándose en el liquido espeso y ácido que goteaba por las cunetas. Una cascada que se llevaba todo. El asco, la alegría... Y las monedas del viejo.
Llegué al departamento y descargué mi repulsión en la puerta. No alcancé el baño.
Un vómito multicolor del vino tinto y del arroz del sushi decoraron la puerta. Me acordé de la boca del viejo.
Del hoyo.
Del golpe.
De las monedas.
Todo daba vueltas y me importó una raja. Ni siquiera me bañé para sacar el olor. Escupí en las sábanas que quedaron con manchas moradas.
Desperté desde las sombras del alcohol con un grito. ¿Grité yo o fue el viejo? ¿Estaba soñando?
El huevón no grito. Nunca lo escuché. O llevaba la música muy fuerte. ¿Llevaba música en el auto?
Ni idea.
El viejo no gritó. Sólo voló.
Y sangró.
¿¿Había muerto??...

Pasé las semanas siguientes por la esquina y no lo vi más. Ni rastro.
¿Lo había matado?
No podía recordar esa noche con claridad y jamás se lo comenté a alguien. No sé si el atropello fue real o no, no sé si lo maté, pero no lo vi más. Nunca más.

- Era el mismo que vi hace algunas semanas. El viejo pesao del Bellas Artes. Venía directo hacia mí con las manos rígidas y la mirada perdida. De pronto sus brazos se convirtieron en pistolas y comenzaron a darme en la cara, pero no eran balas. Dolían más porque eran monedas de cien las que se me enterraban. Yo gritaba, él no reaccionaba. Me cubrí el rostro y me percaté que no tenía, que tenia un hoyo..... Luego desperté.

- Llegó en la noche. Yo lo conocía, pero no se de dónde. Me cayó mal. Me perturbó su presencia. Me llenó la boca de monedas. Me dijo que me las tragara. Me ahogaba. Mi tráquea se hizo ancha y me dolió. Las monedas bajaban lentas por el esófago como un bolo alimenticio metálico y duro. En el estómago fue peor. El ácido.
Menudo sueño.

- Llegó en la noche con olor a copete del barato: me metió moneda tras moneda por el culo...

- El culiao no grito...


Iluminación.

El viejo era la punta del iceberg.
La punta de la espada.
No era el auto que lo atropelló, era el viejo.
Y las monedas eran el cristo blanco.
¿Porqué dar limosna a un pobre viejo loco?
¿Pobre?
¿Porqué dices pobre?
Pobre es el que nada tiene y el viejo tiene mucho.
Tiene demasiado.
¿Porqué me das estas monedas? - Dijo.
Nadie entendió.

Lux Ferre:  Portador de la Luz.