viernes, 29 de abril de 2016

Sincronía.

       




 Cuenta una antigua historia que el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge tuvo un sueño y que sobre él construyó un poema que constaba de unos trecientos versos. El poema trataba sobre una paradisíaca ciudad llamada Xanadu,  lugar de veraneo del emperador mongol Kublai Khan. El escrito fue hecho en un estado de semitrance opiáceo, luego de haber leído casualmente un pasaje de la historia en el que se relataba la construcción de dicha ciudad.

        El poema en su nacimiento jamás tuvo tanto éxito, salvo veinte años después, tiempo en el que salieron a la luz unos antiguos documentos que afirmaban que también el Gran Khan había visto en  sueños aquella ciudad, que luego mandó a construir a imagen y semejanza de sus visiones: Xanadu.

        Uno cogió el sueño y lo hizo piedra y mármol. El otro lo hizo verso.

        Una misma ciudad, un mismo sueño: aproximadamente cinco siglos de diferencia.

        Otro caso: Jung estaba en entrevista con un paciente, un caso de estudio, que le relataba haber tenido sueños recurrentes con un escarabajo de oro. Mientras el paciente describía su experiencia onírica, un insecto, lo más parecido a un escarabajo, chocó contra el vidrio y entró en la sala, frente a la mirada estupefacta del psicólogo. El escarabajo es sinónimo de una nueva vida, del renacer. Dicen que este acontecimiento fue el que gatilló la separación de Jung con la psicología freudiana.

        Así como la construcción de pirámides se dio en lugares tan distantes del globo terrestre o la idea de un dios creador apareció entre culturas tan disímiles entre sí, también la figuración de demonios o de dragones son comunes a la especie humana en general.

        Pareciese como si una única voz o un genio omnipresente  viajase a través de los eones sin significar tiempo y espacio nada para él. Hablo de aquel “unus mundus” de Wolfgang Pauli, la mente única a donde todo va y de donde todo viene, el código binario de la humanidad, la fuente vital desde donde todo brota, el arquetipo platónico, el Tao, la Mente Universal, el Ser... Dios.

        Ya decían las antiguas creencias herméticas: “el universo es una construcción mental”.



De Las Ratas.



        Cierta noche tuve un inquietante y sudoroso sueño que quedó girando en mi cabeza, inconcluso,  hasta que días después, lamentablemente, logré darle sentido:

        Venía cansado desde mi trabajo, caminando hacia casa por el pasaje que a esas altas horas de la noche estaba desierto. El ambiente era húmedo y pegajoso, de frio incómodo. Sólo rondaba en mi cabeza la idea fija de recogerme en la cama sin saber de nada ni de nadie hasta el día siguiente.

        Miraba hacia abajo, protegiendo mis vías respiratorias con mi felpuda bufanda roja, cuando desde las esqueléticas hojas negras pegadas al piso y la mierda humeante de los perros, mis ojos fueron enfocados hacia mi hogar.

        La puerta estaba abierta hasta atrás. Había sido forzada. Un halo de frío y abandono emanaban desde su interior. ¡Mierda! -pensé- ¡se metieron a robar! En ese segundo, algo cogió mi cabeza con violencia y la obligó a mirar hacia el tacho de basura que estaba al costado de la casa, lleno y hediondo.

        En lugar de cruzar el umbral de la puerta, por alguna voluntad ajena, fui conducido hacia el tacho, en el que introduje profundamente mi brazo, abriéndome camino entre jugos vinagres y resbalosos, para extraer desde el fondo un reluciente y filoso cuchillo con un firme mango de madera de roble.

        Luego, aferrado a mi nueva arma, entré a casa, y con un valor desconocido en mi, prendí las luces y comencé la búsqueda de los ladrones. Estaba claro con lo que haría. Sabía con antelación el desenlace de esta escena. Al fin y al cabo estaba dentro de mi sueño.

        Justo detrás de las cortinas de la biblioteca, noté un bulto que no encajaba en el lugar. No cabía duda. El destino ya había hablado. Cogí con mis dos manos el cuchillo y lo comencé a traspasar a través de la cortina que se empezó a teñir con manchas negras. Pude sentir el calor y el tirón que da la carne cuando se raja. Nunca gritó, nunca le vi el rostro o el cuerpo. Era el delincuente, el ladrón.

        Desperté sobresaltado a medianoche con las espesas gotas de sangre que salpicaron mi cara en mi mundo de violencia onírica, tomé un vaso de agua y seguí durmiendo.

         Los recuerdos del sueño se disolvieron con el paso de los días, hasta desaparecer por completo. Sólo volvieron a mí bajo el horror de cierta noche en que no fue precisamente el sueño el que volvió...

        Dormía plácidamente, un par de semanas después de aquella pesadilla, cuando desperté asustado por ruidos que escuché desde el suelo de mi cuarto, arañazos, rapaduras, sonidos que ya conocía. ¡Una rata! La muy maldita estaba dándose un banquete saboreando el plato con restos de comida que había dejado en el piso al costado de mi cama. Sin duda que en aquella oscuridad no tendría chance para cazarla, de modo que me moví lo más lento que pude hacia el interruptor de la lámpara.

        Prendí la luz y la rata al instante hizo un ruido y desapareció. Aproveché el momento para ir en busca de algo para cazarla. Un trozo de madera astillado fue lo más próximo que pude encontrar. La rata se había escondido y ya no hacía ruido, pero yo ya lo sabía. Sabía dónde se ocultaba.

        En ese trance seminconsciente posterior al despertar, no dudé en coger el palo con ambas manos y comenzar a golpearlo contra la cortina de la ventana que rozaba el suelo. Y la maté con el palo. No comprendo cómo no intentó escapar pues para una rata, con la ventaja en rapidez que nos llevan, hubiese sido demasiado simple. Pero no. La rata decidió morir tras mi cortina esa medianoche.

        Limpié a medias el sitio y volví a dormir un poco inquieto, pero sin sueños.

        A las siete de la mañana sonó el despertador, y reventó en mi cara la imagen de la cortina manchada en sangre. Manchas negras.

        Me transporté a mi sueño y recordé al ladrón. Ratas, ladrón: la analogía me enseñaba dos figuras tan distantes, pero tan iguales entre sí. Dos visitantes oscuros, ocultos e indeseados.

        El momento de ambos asesinatos fue el mismo. De eso no hay duda.

        Un pliegue invisible a los ojos, pero real y manifiesto, unió ambos espacio-tiempo para darles sentido en una sola unidad.



De la Noche.




        Creo que me estoy volviendo loco con esto de que las cosas se repiten.

        Después de la muerte de la rata-ladrón, me han ocurrido muchas coincidencias que no sé a qué atribuir. Es más, cada momento de mi existencia tiene una correlación inmediata con otro u otros sucesos. A veces son cosas pequeñas, casi imperceptibles, si no me hubiese abocado a pensar y a darle importancia al tema.

        Ayer, luego de dar la cátedra, me vi por un momento solo en la sala del profesorado revisando mis notas. La pequeña televisión que tiene la sala, que en contadas ocasiones se enciende, enseñaba un extraño documental sobre supuestos humano-extraterrestres que tenían  los ojos muy oscuros, demasiado oscuros, más negros que la noche misma, y mostraron unas imágenes aterradoras de estos humanoides. El tema no captó mi interés mas de lo normal.

        Camino a casa, ese mismo día, manejaba despreocupado cuando una imagen llamó mi atención por el retrovisor. Un vehículo pequeño, color azul y bien desteñido, venia sin sus focos delanteros puestos. Dos agujeros negros se asomaban en la cara del auto a modo de ojos. De inmediato recordé el tema de los seres con los ojos negros. El tema ciertamente me causó un poco de gracia, pero el símbolo, de horror por cierto, de un rostro y sus ojos negros, sólo el símbolo, se sostuvo en mi mente y me dejó con una extraña inquietud después de la risa.

        Más tarde, aquel mismo viernes, me senté a leer unos informes en mi silla mecedora favorita y tomé el cojín para ubicarlo mejor en mi espalda. De pronto presté atención a las imágenes antiguas de Paris dibujadas en él. Entre el gentío que disfrutaba de la panorámica de la Torre Eiffel del siglo XIX, había un singular personaje pequeño como todos los del cuadro, pero sus ojos no estaban. En su sitio habían dos profundos agujeros negros. Lancé un pequeño grito cuando lo ví y lancé lejos de mí el cojín. ¡Qué hacía singular hijo de puta allí! ¡Sin ojos y con dos hoyos en su lugar! El tema francamente ya me estaba cansando.

        Lamentablemente el tema no termina aquí. Ese mismo día, tenia una invitación a cenar con unos colegas bastante cercanos que eran pareja y hace un mes habían sido padres. Ellos, como cualquiera en su situación estaban demasiado orgullosos y querían hacerme partícipes de su felicidad mostrándome a su bebé.

        No fue menor mi impresión cuando descubrieron al pequeño ser de entre sus mantas rosadas, para mostrarme lo bella que se veía durmiendo y vi sus ojos entreabiertos. No sé si fue mi paranoia o qué. Esas pupilas cubrían el globo ocular más de lo normal. (Dos ojos negros, negros como la noche). Sonreí para disimular mi turbación y en cuanto pude me largué del lugar.

        Creerán que estoy loco, pero si buscas, lo encuentras...




Del Viento y del Mar.




        Otra noche tuve otro inquietante sueño: Estaba dentro de una especie de casa-castillo construido en piedra. No podría decir que época era, pero al parecer eran tiempos antiguos, no sé si por la forma del pequeño castillo o por la sensación de estar vistiendo esos trajes grandes e incómodos de aristócrata inglés.

        Me encontraba solo, y miraba hacia el exterior por un amplio ventanal desde los pisos superiores del lugar. Fuera se hacía gris, demasiado gris, el color de mi sueño era gris. Todo era gris. La casa estaba cálida, pero en el exterior hacia frío y el imponente viento del sur hacia inclinarse los árboles a su paso  pidiendo perdón por algo. Sentí la imperiosa necesidad de correr, salir fuera y tocar al viento.

        La fuerza de aquella tormenta era avasalladora y sólo lograba sostenerme en pie afirmándome de las columnas exteriores que soportaban la antigua estructura pétrea. Tras la casa descubrí que había un mar furioso, blanco en espumas, negro en movimientos, gris en su fondo. Inquieto, por algo más que el vendaval, con vida propia, descarriado y desafiante.

        Su ira reventaba contra el roquerío que sostenía la casa en su parte posterior. Fui a contemplarlo más de cerca deslizándome con cuidado por entre las musgosas piedras. El viento allí era aún más fuerte, sin embargo divisé a una bandada de gaviotas que volaban  apaciblemente, como si el odio oceánico no las afectase. Quise volar junto a ellas, pero el sueño no me lo permitió. Una de ellas me lo aclaró: "Huye de aquí hombre osado, porque abajo es el lugar donde se forman las ideas, el sitio donde nadie debe estar. Tú sólo debes mirar los símbolos"

        Miré fijamente el flujo de aguas, sus corrientes contrapuestas y sus millones de pequeñas cascadas que se arremolinaban en torrentes que se hundían en las profundidades para volver a nacer eternamente, escupiendo brisa salada que el viento se encargaba de llevar lejos.

        Me retiré del lugar dando tropiezos entre las resbalosas rocas. Llegué al pórtico de la casa castillo, pero el viento me impedía avanzar, enfrentándome con las hojas secas de los viejos robles del jardín, que tomaban vuelo propio y se estrellaban con furia en mi cara. Algunas de ellas se adherían a mi rostro y no me dejaban ver, otras causaban dolor y otras de alguna forma se metían en mi ropa como sanguijuelas hambrientas de sangre.

        Hasta aquí llega lo que recuerdo del sueño porque lo otro ocurrió en este mundo.

        El despertar de aquella mañana de Domingo fue un poco confuso y está demás decirlo, misterioso.

        Mañana de verano, tipo once AM. Había dormido con las ventanas abiertas y las cortinas ondeaban con el viento. Las imágenes del sueño se vinieron de inmediato a mi mente. Esto no tenia nada de anormal, salvo por un detalle. Tres hojas de un árbol seco y un poco húmedas descansaban en el suelo a los pies de las cortinas, arrojadas por el viento.

        Tres amarillentas hojas secas de roble...

        ¡Robles no había por alrededor! ¿Secas y mojadas por algo?

        Demasiado confuso, demasiado increíble. A veces las noticias de este mundo son peores que las de nuestros sueños.

        A pesar del calor, un frio recorría mi espalda, un frio que me recordó a la casa castillo ubicada sobre el roquerio azotado por ese mar vivo.

        ¿Es que acaso podemos traer cosas desde nuestros mundos oníricos? Al entender que el universo pertenece menos al mundo material que al mental, ¿Todo lo que ocurre en nuestros sueños es en alguna medida real? … Tan real o tan ilusorio como lo que contemplamos cotidianamente al despertar y vivir.

        Respecto a las hojas... Simplemente las cogí y las bote al tacho de la basura.

        Exacto. Al mismo tacho del sueño de la rata-ladrón. El tacho desde donde cogí el cuchillo para matarlo.

        Es más, ahora lo veo. El mango del cuchillo era de madera, no sé de qué árbol... ¡Ironías de la vida! ¡Tiene que haber sido de roble por su color pardo! ¡Por algo lo sabía con antelación! ¡Por algo mi mirada fue enfocada hacia el tacho en aquel sueño!

La madera del roble fue la conexión entre ambos sueños, fue el símbolo.

Ahora ¿de qué?



De la Muerte.




        Llegaba en la noche bastante tarde a casa. Nuevamente estaba la puerta de entrada abierta, “otra vez el ladrón” pensé. Me agité más de lo común, no quería pasar de nuevo por lo mismo, no quería matar a nadie. Así que no busqué nada en la basura y simplemente crucé el umbral de la puerta, sin arma alguna.

        Pero en el lugar en donde debía estar el comedor de mi casa, estaba lo otro. La casa-castillo y su vendaval de antiguas hojas de roble que desfilaron y me azotaron el rostro. A duras penas logré penetrar al castillo que estaba cálido y junto a mí entraron también tres hojas secas de roble que frente a mis ojos se transformaron en un cuchillo de mango firme y anillado.

        Desde fuera,  volando sobre el inquieto mar, me habló la gaviota: ¡Hombre osado, te lo advertí! ¿Es que no comprendiste los símbolos? Hoy debes enterrar ese cuchillo, dentro de una vida.

          -¡No me importa que me roben! ¡No quiero volver a matar! ¡No quiero este cuchillo!

          -El cuchillo ya lo tienes. Es un símbolo – respondió suavemente el pájaro.

          -¡No lo tengo! ¡Mira! - y arrojé el cuchillo sobre el cristal del ventanal desde donde hablaba la gaviota. El más frio de los vientos entró por el vidrio roto y comenzó a sacudir toda la casa.

          -¡Hombre necio has roto el cristal! ¿Entiendes el símbolo? Antes de romperlo podría haberte dado las claves. Ahora, ¿de que te sirven?

          -¡Dámelas gaviota sabia!- le imploré temblando.

           Mientras la gaviota comenzaba a hablar, una multitud de ratas con ojos negros  como la noche se comenzó a colar desde fuera por el hueco en el cristal. Eran cientos de colas serpenteantes que se acercaban directo hacia mí, amenazantes y asesinas.

         Sin saber de qué manera, mi puño apretó el mango de roble del cuchillo que apareció de nuevo en mi mano. Ahora si tenía ganas de matar.

        Mientras la gaviota seguía su discurso, sordo:

        “Ojos negros, augurio de un espíritu maligno”.

        “Las ratas, son el ladrón, la perdida de algo importante, el engaño”.

        “La tormenta, es tu propia tormenta”.

        “Las hojas secas, un mal presagio”

        “El cuchillo es el llamado para que atiendas los símbolos”.

        “La casa... La casa eres tú”.

       Alguien encontró un cadáver, si es que así se puede llamar a eso, en una casa, con las puertas abiertas de par en par, con un cuchillo en la mano. Al parecer se había autoinflingido cortes por todo el cuerpo.

        Los restos estaban siendo devorados por las ratas, sus miembros, sus dedos, incluso sus ojos ya no estaban. En su lugar sólo habían dos agujeros.

        Dos agujeros negros, más negros que la noche.

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