sábado, 16 de abril de 2016

La Espada de Satán I (El Mendigo)





- Al viejo lo caché macheteando en la esquina donde está el Bellas Artes. Me cayó mal altiro. No quise darle plata. Que se muera.

- El huevón pedía como si uno tuviera la obligación de darle. Era feo.

- Tenia el cuerpo rígido y sus manos caían rectas a los lados como pistolas. Se veía agresivo. Vi algo raro en su rostro que no me gustó. No le di plata por lo mismo. Esa agresión en su mirada.

- No iba mal vestido: una camisa a rayas celestes y unos jeans que no se veían gastados. Care raja, pensé. Este huevón tiene plata. Aparte camina lo mas bien. Que trabaje.

- No tenía monedas.

- El viejo pasaba entremedio de los autos con los brazos rectos. Daba lata bajar el vidrio para darle algo si el ni siquiera se dignaba a estirar la mano para pedir. No, chao.

- Siempre lo veía pidiendo entre los autos, pero nadie le daba. Caía mal. Estaba todas las mañanas entre las nueve y las una, pero le iba mal. En la tarde no sé dónde se metía. Viejo flojo.


Él sabia que nadie le daría plata, pedía para que no le dieran, se notaba, pero esa mañana yo cambié su destino. Le entregué docientos pesos que los recibió con una mano firme, seca y limpia. No me dio las gracias, no dijo nada. Sólo me miró con ojos penetrantes y díscolos, juzgándome. Me hizo sentir culpable, no se porqué:
  -  ¿Porqué me das estas monedas?
  -  Puta. No tenía más. Es lo que hay...- le contesté.
  - No las necesito.
 Me dio risa y pena. Pobre viejo loco. Hubiese seguido hablando con él, pero el semáforo marcó verde y tuve que partir. Le dejé las monedas.
Había comenzado a trabajar en el centro hace algunas semanas y comencé a tomar este camino a diario. Al viejo lo veía a menudo, con la misma actitud gueona de todos los días. Nadie le daba. El viejo era pesado, pero aun así a mi me simpatizaba y cuando podía lo ayudaba.
El  siempre preguntaba lo mismo, yo ya no le respondía. No lo pescaba. Solo me reía y luego aceleraba para irme.
Hasta que una noche, tarde, lo mande a la cresta con el auto.
Había estado bebiendo hasta tarde en la casa de una mina. Había pasado de todo así que venía en las nubes, enamorado, y pasé por la esquina como a las cinco de la mañana supongo. El viejo nunca estaba a esa hora, pero esa noche sí. Como si me esperase.
Apareció de pronto de entre unos matorrales de ligustrinas que adornaban los costados de la avenida con cara de espanto. Con las manos en alto pidiendo que me detuviera. Yo iba borracho, como a ochenta, y mi respuesta fue muy tardía.
Saltó a la mierda.
Se pegó un vuelo como de veinte metros y chocó contra un poste de luz. Vi su cara llena de sangre y su cuerpo quebrado como el de un muñeco. Me miró desde la oscuridad. Pude oler su dolor y sus dientes quebrados. Tenía el hocico como un hoyo rojo.
Nunca podré olvidar el ruido del golpe. Un choque sordo, sin eco, sin futuro. Un solo ruido. Insignificante. ¿Que más podría merecer un viejo loco? ¿Qué querías? ¿Alguna parafernalia? ¿Aplausos de despedida? No conchetumadre. Un solo golpe. Un solo aplauso. Seco. Nada mas.
Dentro de mi mareo hasta disfruté del poder de mandar a alguien tan lejos. Sentí la fragilidad del viejo, toda su humanidad e imperfección. Toda una vida en un solo segundo. ¿Vale algo la pena después de esto?
Y arranqué...
Lo dejé babeando en esa poza negra que seguía creciendo. ¡Tanta es la sangre que tenemos dentro! No me bajé del auto. Lo miré por la ventanilla mientras sufría en el pavimento. Aceleré y me fui.
Atrás quedó su vida ahogándose en el liquido espeso y ácido que goteaba por las cunetas. Una cascada que se llevaba todo. El asco, la alegría... Y las monedas del viejo.
Llegué al departamento y descargué mi repulsión en la puerta. No alcancé el baño.
Un vómito multicolor del vino tinto y del arroz del sushi decoraron la puerta. Me acordé de la boca del viejo.
Del hoyo.
Del golpe.
De las monedas.
Todo daba vueltas y me importó una raja. Ni siquiera me bañé para sacar el olor. Escupí en las sábanas que quedaron con manchas moradas.
Desperté desde las sombras del alcohol con un grito. ¿Grité yo o fue el viejo? ¿Estaba soñando?
El huevón no grito. Nunca lo escuché. O llevaba la música muy fuerte. ¿Llevaba música en el auto?
Ni idea.
El viejo no gritó. Sólo voló.
Y sangró.
¿¿Había muerto??...

Pasé las semanas siguientes por la esquina y no lo vi más. Ni rastro.
¿Lo había matado?
No podía recordar esa noche con claridad y jamás se lo comenté a alguien. No sé si el atropello fue real o no, no sé si lo maté, pero no lo vi más. Nunca más.

- Era el mismo que vi hace algunas semanas. El viejo pesao del Bellas Artes. Venía directo hacia mí con las manos rígidas y la mirada perdida. De pronto sus brazos se convirtieron en pistolas y comenzaron a darme en la cara, pero no eran balas. Dolían más porque eran monedas de cien las que se me enterraban. Yo gritaba, él no reaccionaba. Me cubrí el rostro y me percaté que no tenía, que tenia un hoyo..... Luego desperté.

- Llegó en la noche. Yo lo conocía, pero no se de dónde. Me cayó mal. Me perturbó su presencia. Me llenó la boca de monedas. Me dijo que me las tragara. Me ahogaba. Mi tráquea se hizo ancha y me dolió. Las monedas bajaban lentas por el esófago como un bolo alimenticio metálico y duro. En el estómago fue peor. El ácido.
Menudo sueño.

- Llegó en la noche con olor a copete del barato: me metió moneda tras moneda por el culo...

- El culiao no grito...


Iluminación.

El viejo era la punta del iceberg.
La punta de la espada.
No era el auto que lo atropelló, era el viejo.
Y las monedas eran el cristo blanco.
¿Porqué dar limosna a un pobre viejo loco?
¿Pobre?
¿Porqué dices pobre?
Pobre es el que nada tiene y el viejo tiene mucho.
Tiene demasiado.
¿Porqué me das estas monedas? - Dijo.
Nadie entendió.

Lux Ferre:  Portador de la Luz.






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