sábado, 24 de octubre de 2015

Venus (La Otra Historia Celeste)









                   Venus, lucero del alba, abrió sus ojos aquella mañana.

               Era tan pequeña su participación en el espectáculo cósmico que se sentía abandonada por su padre el Sol.

               Su escasa intervención de apenas unas horas, a diferencia de las demás estrellas,  se reducía al alba y al atardecer y siempre en las cercanías de su padre. Jamás era libre.

               Esa mañana, Venus habló:

               -¡Porqué debo  tolerar, oh gran dios, que dentro de vuestra majestuosa manta lumínica me cubras cada mañana y tarde, sin daros cuenta que esa luz me ciega y me opaca como una estéril alma sin vida ni color propios!

               -¡Tú menos que nadie debiese hablar! ¡Oh mi preferida y siempre cercana Venus! – Le respondió el Sol – Que en mi manto te he convertido en la más bella y luminosa de las estrellas, pero tú te has hecho caprichosa y embustera.

               -¡Yo sólo deseo brillar en la Gran Noche padre, tal como las demás estrellas, pero estoy condenada a brillar siempre bajo el fulgor de tu inmaculada luz, desestimando y menospreciando mi belleza!

            -¡Que mal agradecida eres, Venus mi hija preferida! Yo que te he cuidado en cada momento y lugar,  cobijándote bajo mi luz y calor. ¡Por eso siempre te quise al lado mío, para que nadie olvidase jamás que Venus es y será por siempre la heredera de mi resplandor!  

             La estrella rebelde sólo callo y se retiró.

            Venus sabía de los hombres y de su poder. Un poder que ni ellos mismos conocían. Un poder tan profundo e invisible que era capaz de transformar realidades físicas. Una potencia en suspensión gigantesca que su existencia misma pendía de ello. Ella existía mientras ellos creyesen que existía, así si el Gran Astro Rey era olvidado por ellos, era muy probable que físicamente desapareciese.

             Venus brilló como un relámpago en los cielos frente a los ojos de los hombres, en el amanecer de los tiempos, pero su blanco destello la convirtió en un polvillo de cenizas refulgentes que se derramaron sobre la tierra y se hundieron en los abismos del subconsciente humano.

          Aquel polvo se hizo alma y sapiencia en el corazón de algunos habitantes de la tierra, que comenzaron a odiar al Sol, a su brillo y calor abrasador, criticándolo, quejándose, y encontraron abrigo en la noche y su sereno. Ellos llamaron al fulgor celestial, Lucifer, el que porta la luz.

               Lucifer les enseñó que existían dos tipos de luz: la exterior, del Sol y de los tontos, y la interior, la llama negra, la de los fuertes e iluminados. También les enseñó que ellos en su interior al igual que él eran estrellas, pero la luz del Sol los hacía invisibles y los anulaba con su narcisismo y ego aumentado. 

               Muchos prefirieron seguir soñando en la falsa luz, idolatrando la necedad en la belleza frívola y material... y crearon grandes imperios y colosales monumentos en honor al Sol. Hicieron guerras, ganaron poder y dominaron a los no-videntes.

                Sólo algunos de los hombres escucharon a Lucifer y lograron encontrar refugio en su recóndita sabiduría...

               ... Sólo algunos entendieron y esculpieron en su interior aquel monumento aún mayor e infinito que les entregó la estrella: La rebelión.



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